Etiquetas
Astronomía, cielo nocturno, Colombia, desierto de la tatacoa, estrellas, Huila, observatorio astronómico, orión, paleontología, telescopio, Viaje, Villavieja
Crecí en un pequeño pueblo en las montañas. Aunque allí el clima es templado, a veces el cielo se despeja dejando ver el firmamento. No hace falta esforzarse mucho para poder ver el paisaje nocturno, usualmente las casas del pueblo (al igual que en la mayoría de los pueblos) tienen un patio al aire libre y desde allí en mi infancia me sentaba, a veces a ojo limpio y otras con mi pequeño telescopio, a ver el cielo, incluso durante el día. Al irme a vivir a una ciudad lo primero que sentí fue claustrofobia, encerrado en un apartamento pequeño, sin patio y con apenas una ventana al exterior.
Creí haberme acostumbrado al confinamiento hasta que, después de varios meses, regresé al pueblo y caminando en la noche me encontré con un paisaje que aterradoramente se me hizo extraño: bajaba hacia el parque por una de las calles y vi la Luna. Tenía una brillantez entre amarillenta y blanquecina que por sí sola hubiese podido iluminar todo el municipio. ¿Hace cuánto no veía la Luna o las estrellas? Me di cuenta que el confinamiento era aún más profundo: me había quedado sin cielo. En la ciudad, cuando salgo en las noches, apenas si tengo suerte de ver la Luna entre el espacio que dejan los edificios; de las estrellas, ni hablar, allá nunca he podido verlas pues las lámparas del alumbrado público y las luces de los autos y las casas se las roban. ¿Cómo se atreven a llamar a Cali «la sucursal del cielo» cuando no tiene estrellas? Después de que se va el Sol, sólo veo una bóveda simple y grisásea que no me atrevo a intentar contemplar por mucho tiempo por miedo a que se me aparezca un atracador entre tantas sombras.
Cada vez que tengo la oportunidad de regresar al pueblito aprovecho para mirar al cielo a cualquier hora. Uno puede ver la Vía Láctea a las once de la noche aún caminando por entre las casas y sobre las calles pavimentadas. Pueden verse las nubes comiéndose unas a otras y cómo el azul de la atmósfera se asoma entre ellas. Debo anotar que siento que la ciudad expropia los sentidos: hasta ahora sé que allí pierdo el del olfato por culpa del esmog y ahora la vista, irónicamente, por el exceso de luz y también por el exceso de concreto.
Tuve en estas vacaciones de enero la gran oportunidad de visitar por primera vez el Desierto de la Tatacoa, localizado en el departamento del Huila, en el suroccidente de Colombia. Aunque el recorrido turístico incluyó varias cosas, me concentraré por el momento en continuar con el tema con el que comencé y al final me permitiré hablar de lo otro.
Por su cualidad de poseer muy poca humedad en el aire, el cielo en el Desierto de la Tatacoa permanece absorbedoramente limpio y despejado la mayor parte del año. En el día no se ven nubes pero sí algunos halcones y águilas. El Desierto tiene varias rutas de acceso, pero tal vez la más importante se hace a través del municipio de Villavieja, puesto que a unos siete minutos de recorrido en vehículo más allá del pueblo, se encuentra el Observatorio Astronómico del Desierto de la Tatacoa.